Antes que gritar a voz en cuello ¡Que viva la inversión privada! y aplaudir a las grandes inversiones que se vienen anunciando en actividades como minería, petróleo, hidroeléctricas, etc., deberíamos preguntarnos: ¿vale la pena realmente seguir destruyendo los pocos ecosistemas que aún nos quedan por unos miserables millones de dólares que, en verdad, no se comen, ni se beben, ni se respiran? Algunos locos o trastornados, enfermos de tanto dinero mal ganado y de los bienes materiales que con él consiguen, dirán que sí, que vale la pena seguir haciéndolo porque eso trae “desarrollo” y promueve “calidad de vida”; pero siempre habrán unos pocos que, como nosotros, diremos que no, pues sabemos realmente cuál es el valor de las cosas y cuáles son las consecuencias a las que nos llevará seguir por ese absurdo camino.
Ahora bien, lo cierto es que está demostrado hasta la saciedad que todo el dinero que ingresa por concepto de regalías, canon y otros impuestos constituyen una muy ínfima cantidad monetaria en comparación con lo que, a la larga, costará realmente reparar nuestro medio ambiente y los ecosistemas dañados cuando nos demos cuenta de que, verdaderamente, son éstos los que nos proveen de la auténtica riqueza, o sea, aquella que nos brinda lo indispensable para gozar de una vida digna y saludable.
Esta conducta depredadora e irresponsable de la sociedad occidental que hoy domina al mundo está llevando a la humanidad entera a una crisis ambiental generalizada que, sin ánimo de exagerar, ya parece terminal, si tomamos en cuenta estudios científicos como el publicado en el mes de julio de este año por la revista Marine Ecology Progress Series, en el cual se informa que, al ritmo al que vamos, para el año 2050 la humanidad necesitaría 27 planetas tierras para satisfacer sus “necesidades”. Y, pese a ello, lo peor es que muchos aún no están dispuestos a sacrificar esas “necesidades” suntuosas y banales por el bien de nuestro planeta, de nuestra Madre Tierra, que es nuestra casa común y -por ahora- la única que tenemos.
COLECTIVO POR LA MADRE TIERRA - COMTERRA
La población de la Tierra crece en progresión geométrica, lo cual tiene un impacto muy fuerte en losecosistemas
Foto: Rodrigo Rodrich
TOMÁS UNGER
Uno de los cambios más importantes del siglo XXI es la reducción de la tasa de crecimiento poblacional. Otro es la toma de conciencia de que estamos destruyendo nuestra biósfera. Aún se hace poco por detenerlo, pero la humanidad se ha dado cuenta de que los recursos son limitados y es insostenible el ritmo de consumo actual. Las proyecciones más recientes indican que en el 2050 seremos 9.000 millones.
Cuando Thomas Malthus hizo sus proyecciones en 1798, se equivocó. Creyó que el problema sería solo de alimentación, y la población mundial no llegaba a mil millones. Hoy somos 7.000 millones. Malthus no previó los avances tecnológicos que harían posible alimentar a tantos, aunque no siempre adecuadamente. Tampoco previó que esto sucedería a costa de reducir el pulmón verde de la tierra, contaminar el agua y alterar el clima. No previó lo que pasaría en el 2011, pues los recursos de fines del siglo XVIII hacían inimaginable la población actual. Pero su proyección demográfica era correcta.
GRAN CRECIMIENTO
Desde que apareció el primer humanoide, nuestra especie demoró millones de años hasta alcanzar números que aseguraran su supervivencia. Desde que dominó el fuego le tomó decenas de miles de años alcanzar el primer millón. En el año 1 de nuestra era éramos 300 millones y tomó 1.700 años duplicar la cifra. La siguiente duplicación tomó 200 años; en 1850 éramos casi 1.200 millones. En los 100 años siguientes la población mundial se volvió a duplicar: 2.500 millones en 1950. La siguiente duplicación tomó menos de 40 años. En 1960 el crecimiento llegó al 2% anual y se proyectaba una población de 11.000 millones para el 2025. Felizmente las campañas de control de natalidad tuvieron efecto y, a partir de 1970, la curva comenzó a bajar. Hoy estamos en menos de 1,2% anual y bajando. En el 2000 llegamos a 6.000 millones y hoy somos 7.000 millones. De acuerdo con las proyecciones actuales, para el 2050 el crecimiento anual será de solo 0,5%, pero ya seremos 9.000 millones.
EL CAMBIO
A pesar de la reducción del crecimiento, aun sin aumentar el poder adquisitivo en los países pobres, los patrones de consumo actuales son insostenibles. En el 2050, aunque alcanzara la alimentación, los 9.000 millones no podrán consumir energía, metales y plásticos al paso de hoy. Un aumento de 28% en el consumo de hidrocarburos y procesos industriales, aun a costa de las demás especies de vida, no será posible con los recursos disponibles. Aunque hay diversidad de opiniones sobre los mecanismos, hay consenso en que mantener los patrones de consumo será a costa de la casi totalidad de los animales silvestres. Además de seguir reduciendo el crecimiento poblacional y el consumo de hidrocarburos fósiles, hay que detener la contaminación del agua y la sobreexplotación de los recursos naturales. Aunque en los próximos 30 años la humanidad perdiera interés en la flora, fauna y paisaje y se diera por satisfecha viendo en películas el mundo como era, necesitaría alimento y energía eléctrica. Habrá que producir comida, transportarla, suministrar el agua y la energía. Todo esto requiere mantener un balance ecológico en el que participan la flora y la fauna. La ruptura de ese balance está ocurriendo ya a causa delcambio climático y la deforestación. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente ha publicado un estudio sobre el costo del consumo actual titulado “Daño económico a los ecosistemas y la biodiversidad”.
EL COSTO
Es la primera vez que alguien calcula el costo, o “daño económico”, que representa la ruptura de ecosistemas y la reducción de la biodiversidad. Los costos son aproximados y cubren solo algunos aspectos del tema, pero, aun con un margen de error alto, dan un orden de magnitud que ha asombrado a todos.
El colapso de las colonias de abejas en EE.UU. en el 2007 causó una crisis en la agricultura por falta de polinizadores, cuyo costo se calcula en 15.000 millones de dólares. Los insectos polinizan el 70% de los cultivos, y las abejas representan solo una pequeña parte. La introducción de especies ajenas a los ecosistemas autóctonos causan en Australia, Brasil, India y Sudáfrica daños por más de 100.000 millones al año. Esto es solo un ejemplo. Un total de 50 años de deforestación causaron en China inundaciones del río Yangtze, que, además de matar a miles de personas, ocasionaron daños por 30.000 millones de dólares.
Las inundaciones en Pakistán y China tuvieron un impacto directo en los costos de textiles, al subir el precio del algodón. Los incendios forestales de Rusia, causados por el cambio climático, hicieron que se disparara el precio del trigo. No se ha podido calcular el costo de la desaparición de los arrecifes de coral, que altera ecosistemas marinos, pero en el 2008 el daño global a la biodiversidad y a los ecosistemas debido a la actividad humana costó entre 2 billones y 4 billones (millones de millones) de dólares. Una cifra con 12 ceros, fácil de escribir pero difícil de imaginar.
QUIÉN PAGA
Los costos calculados son reales, aunque nadie los ha pagado directamente. Se reflejan en el precio de lo que consumimos y el valor de lo que tenemos, como la pérdida de valor de los fondos de pensiones. Al ser la presión sobre los ecosistemas y la extinción de especies directamente proporcional a la población, el sistema como es hoy resulta insostenible. El problema es que quienes están satisfechos con sus patrones de consumo no están dispuestos a sacrificarlos. Cuanto más altos son sus niveles, mayor es la resistencia. Las grandes empresas son manejadas por el pequeño porcentaje de la población mundial que concentra la riqueza, el que no está dispuesto a admitir el problema y probablemente ya no verá sus consecuencias. Mientras tanto, nos acercamos al 2050 y la perspectiva es cada vez más clara y alarmante, nadie discute las proyecciones de las Naciones Unidas, pero el tiempo corre.
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